miércoles, 13 de mayo de 2009

Ficción o realidad

Nunca pedí compasión, fue lo último que dijo aquella mujer de pelo blanco y mofletes sonrojados a causa del alcohol, Francisca.
Francisca fue mi vecina durante nueves meses, teníamos una relación peculiar; ella vivía en el noveno dos pisos por debajo de mi. Pero más de una vez cuando estaba en el sofá tumbada sin hacer nada o jugando a adivinar qué tipo de coche o moto era el que pasaba en ese momento por la calle...oía pasos, era ella.
De un bote me iba a la puerta, de puntillas ( no vaya ser que se vea la sombra de mis pies por debajo de la puerta) y era entonces cuando la veía con su bata verde dar dos vueltas por mi rellano y subirse en el ascensor de nuevo.
Francisca cada dos días subía se daba sus dos vueltas y volvía a bajar.
Era especial, pero especial de verdad. No esta estúpida moda de intentar ser el más estrambótico y diferente, cuando luego todo queda en muchos/as en una capa de grasa superficial medio cibernética medio simple y sin más.
Cuando volvía de entrenar la encontraba muy repeinada, pintada en exceso y con unos taconcillos brillantes de principios de S.XX, iba con Rufo un perro feo y gruñón, uno de esos de patas cortas y cuerpo rechoncho a causa de su dieta a base de sobras. Era la hora de sacarle y de paso pasearse varias veces por delante del hogar del jubilado.